Publicado el 29 de septiembre, 2015 en Consultoria
La universidad del siglo XXI no tiene nada que ver con la universidad del siglo XIX.
Esta era una mera instancia donde los hijos de las élites más exclusivas recibían conocimientos que venían de antiguo y que los ilustraban para ejercer profesiones liberales, administrar sus haciendas o cultivar las artes más refinadas.
Ahora la universidad del siglo XXI está al alcance de la gran mayoría de grupos sociales, se crea y difunde conocimiento, es motor de desarrollo económico y garantía de calificación profesional. La educación superior en general, y la Universidad en particular, goza de un gran prestigio social.
¿Donde empiezan las universidades de masas?
Todo este cambio tuvo lugar a lo largo del siglo XX. La Universidad de masas comenzó a originarse en los EEUU de América tanto por las necesidades del desarrollo económico de disponer de más trabajadores altamente cualificados como por las políticas sociales que favorecían que los veteranos de la Segunda Guerra Mundial accedieran a la educación superior.
Así, las clases medias iban accediendo progresivamente a la Universidad. A partir de este momento, la Universidad de masas, es decir, la equidad en el acceso, se extendió.
Pero al inicio de este proceso ya se establecieron dos grandes diferencias. En los Estados Unidos de América hay una fuerte participación privada en la financiación de este acceso, mientras que en Europa quien garantiza el acceso ha sido el Estado mediante la financiación pública. Ahora bien, esta historia de éxito también tiene su lado oscuro:
- El dilema entre ser una universidad orientada a la investigación o bien una universidad orientada a la docencia. Nominalmente, todas las universidades proclaman la calidad de su docencia y el alto nivel de su investigación, pero los rankings hablan por sí mismos. Una universidad orientada a la investigación tiene más fácil obtener financiación adicional y alternativa frente a una universidad orientada a la docencia
- El dilema entre excelencia y equidad. Los recursos son finitos dadas las restricciones económicas impuestas por los marcos jurídicos, políticos e institucionales que condicionan la educación superior. Por ello, alcanzar la excelencia requiere más recursos para despegar por encima de la media. Por tanto, el sistema de educación superior se enfrenta al dilema nunca resuelto entre destinar los escasos recursos para garantizar la máxima accesibilidad o bien destinarlos a la mejora la investigación, la docencia, la transferencia de los resultados de la investigación al mercado y la internacionalización
Sea como sea, la demanda mundial de educación superior sigue subiendo y mucho a inicios del siglo XXI, haciendo evidente la llamada sociedad del conocimiento.
En paralelo, la inversión para obtener un grado en la educación superior se traduce después en trabajos mejor pagados, al tiempo que el mercado termina exigiendo altas calificaciones para perfiles profesionales que no se requerían 20 o 30 años antes.
Algunos científicos apuntan otro fenómeno referido a los efectos del cambio tecnológico constante y acelerado: la carrera entre educación y tecnología. En esta carrera, sólo los que son capaces de formarse permanentemente pueden superar el riesgo de quedar desfasados y, mientras que el cambio tecnológico presiona los salarios a la baja, hay amplios sectores sociales que quedan descabalgados de esta carrera, creando así una sociedad aún más dual.
En definitiva, se da por supuesto que los individuos salen beneficiados de su inversión en educación superior, porque la Universidad incrementa la productividad de los trabajadores, y por tanto la sociedad tiene que seguir invirtiendo -por vías privadas o públicas- en educación superior. Ahora bien, en paralelo también hay un mayor control social sobre cómo las instituciones de educación superior preparan a sus graduados. Es la llamada rendición de cuentas. En cualquier caso, resulta indiscutible la necesidad de que cualquier Estado democrático garantice la posibilidad de acceso a la educación superior a quien disponga del talento suficiente.
El dilema real entre universidad de masas y universidad de excelencia se encuentra aquí: no toda la oferta universitaria tiene la misma calidad, y existe consenso que mucha inversión que se hace en educación superior no tiene un retorno claro, en términos de eficacia y eficiencia. Por esta razón, la lucha para garantizar el máximo acceso a una educación de calidad acaba desembocando en universidades compitiendo entre ellas para tender hacia la excelencia.
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